miércoles, 26 de diciembre de 2012

MIREN HACIA EL CIELO


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"Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad." Heb. 11: 16. 
Les deseo un feliz año nuevo. El año viejo con su carga de registros, ya pasó a la eternidad. Que cada pensamiento, cada sentimiento, se dedique ahora a recordar el amor de Dios. Rememoremos una a una sus bendiciones. . . Las evidencias que tenemos del cuidado y del amor de Dios por nosotros se expresan en las lecciones que Cristo dio a sus discípulos acerca de las cosas de la naturaleza... No debe concentrarse la atención sobre lo deforme, sobre la maldición, sino en las riquezas de la gracia de Cristo que han sido provistas tan abundantemente, de tal manera que podamos vivir en este mundo y realizar nuestra parte en favor de la humanidad y, sin embargo, no ser del mundo. Como peregrinos, como extranjeros que anhelamos las cosas brillantes de Dios, el gozo que está por delante, que buscamos una ciudad cuyo artífice y hacedor es Dios, que contemplamos las provisiones hechas en nuestro favor, las mansiones que Jesús ha ido a preparar para nosotros, y que hablamos de ese bendito hogar, nos olvidamos de las molestias y de los incómodos cuidados de esta vida. Nos parece estar respirando la misma atmósfera de ese país mejor, celestial. Nos sentimos aliviados, consolados; pero aun más, nos sentimos gozosos en Dios. No podríamos conocer los propósitos llenos de gracia de Dios hacia nosotros si no fuera por las promesas, porque solamente a través de ellas podemos saber qué es lo que El ha preparado para aquellos que le aman. Como las flores en el sabio plan de Dios, que están constantemente extrayendo las propiedades de la tierra y del aire para desarrollarlas en los puros y hermosos capullos que exhalan su fragancia para deleitar nuestros sentidos, así debiera ser también con nosotros. Extraemos de las promesas de Dios toda esa paz, ese consuelo, esa esperanza que desarrollará en nosotros los frutos de la paz, del gozo y de la fe. Y al incorporar estas promesas en nuestra propia vida las introducimos también en las vidas de otros. Por lo tanto, apropiémonos de estas promesas. . . Ellas son como las preciosas flores del jardín de Dios. Deben despertar nuestra esperanza y expectativa, y conducimos a una firme fe y confianza en Dios. Deben fortalecernos en la tribulación y enseñamos las preciosas lecciones de la confianza en Dios. En estas preciosas promesas El retrocede a la eternidad y de allí nos da un resplandor de ese mucho más abundante y eterno peso de gloria. Estemos, entonces, quedos en Dios. Confiemos calmadamente en Él y alabémosle porque nos ha mostrado tales revelaciones de su voluntad y propósitos para que no fundamentemos nuestras esperanzas en esta vida sino que mantengamos la mirada hacia arriba, a la herencia de luz, a fin de ver y percibir el asombroso amor de Jesús

+Hugo Ricardo
+Lourdes Montúfar Peñafiel
 +XiTla CzReS
+leydi diany ramirez santiago
 +persio d'vale
+ABRAHAM ENRIQUE ALEJOS PANTI
+Rosa Elena Gonzalez Arenas
 +Roberto Rosado
+Estela Ibarra
 +Iderlin Garabito
 +Jenn Montufar
 +karim sanchez
+Willy Novelo
+Juan Trocones
 +Rede Novo Tempo

martes, 4 de diciembre de 2012

LOS PESCADORES DE HOMBRES NECESITAN LA PRESENCIA DIVINA


"Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. . . Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. "(S. Lucas 5: 4, 6). Todos los que siguen a Jesús con fe viva y concentrados en glorificarlo verán la salvación de Dios tan ciertamente como estos pescadores desanimados y abatidos vieron llenarse sus botes con la pesca milagrosa. Tuvieron éxito en sus esfuerzos porque Cristo estaba en la barca. La presencia de Cristo en el corazón es igualmente necesaria en la obra de ganar almas. Para salvar a la humanidad, Cristo, la majestad del cielo, el Rey de gloria, puso a un lado su corona real y manto regio, vistió su divinidad con humanidad, y vino a esta tierra como nuestro Redentor. Durante treinta y tres años vivió la vida de un hombre entre los hombres, afrontando las tentaciones nuestras, y venciendo por medio de la fuerza impartida desde arriba. Su divinidad no se manifestó en despliegue de pompa o de poder reales. Pudo haberse rodeado de legiones de ángeles celestiales, induciendo a todos a creer en El; pero esto no: hubiera estado de acuerdo con el propósito de Dios. Cristo vino para ponerse a la cabeza de la humanidad y para demostrar que por medio del poder del Espíritu Santo es posible que el hombre resista las tentaciones de Satanás. Con su largo brazo humano el Salvador rodeó a la humanidad, mientras que con su brazo divino se aferraba al trono del Infinito. . . Podemos empeñarnos en afrontar las tentaciones del enemigo con nuestras propias fuerzas y hacer lo mejor que podemos para vencer; pero encontraremos desilusión tras desilusión. En esta condición encontró Jesús a sus discípulos después de una noche entera de infructuoso trabajo. Estaban fastidiados y perplejos. Ordenándoles bogar "mar adentro", Cristo; dijo: "Echad vuestras redes para pescar." Largas horas habían trabajado esa noche los pescadores; a menudo se habían chasqueado al recoger la red vacía cada vez. Cuando la Presencia divina estuvo con ellos, y ellos, a su pedido, echaron una vez más la red al mar, ¡qué abundancia de peces recogieron! No estaban preparados para una para una redada tan grande. . . El ver esta maravilla barrió la incredulidad de los pescadores galileos, y quedaron listos para responder a la invitación que Cristo les hizo de seguirlo y aprender a ser pescadores de hombres. . . No importa por cuánto tiempo ni cuán fielmente trabajemos, con nuestras fuerzas humanas no podemos esperar resultados verdaderos; pero tan pronto como demos la bienvenida a Cristo en nuestros corazones, El operará con nosotros y a través de nosotros la salvación de las almas. - Manuscrito 67 , de 1903

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